Cierta tarde en la que estaba sola en casa, su tía, con la que vivía había salido, se decidió a escribir su historia, la historia de una niña que había vivido algo parecido a un amor destinado a la separación.
“Mi nombre es Samantha y soy la protagonista de esta historia. Ciertamente no espero que este relato llegue a las manos de nadie, ni tampoco que algún día se convierta en una gran novela de amor. Estas líneas solo me sirven para poner en orden mis pensamientos y claro, mis sentimientos, ahora vacíos, por supuesto, pero os advierto a quien intente leer mi historia. Esta libreta no contiene más que dolor, y así quedáis advertidos, queridos lectores, esto es solo el comienzo de una vida que me fue arrebatada…
Tengo casi los 18 años requeridos por el gobierno para ser mayor de edad, pero más bien soy como un fantasma, palabra atribuida por uno de mis mejores amigos que creo que me describe bastante bien. Y como no podía faltar menos, mi vida cambió cuando me enamoré perdidamente de otro de mis mejores amigos. Puedo escuchar vuestros comentarios desde aquí, <<>> Pues bien, sí lo soy, ¿y qué? Nadie os obliga a leer mi diario. Pero para aquellos que aún continúan teniendo ganas de saber qué me ocurrió, sigamos adelante.
Ahora escribo desde una habitación de un piso de alquiler en pleno centro de Madrid, lejos de mi querida Alemania, mi país natal y de mi único y verdadero amor. Sé que suena cursi, pero es cierto. No hay ni una sola noche en la que no sueñe con volver a Magdeburgo, mi ciudad, y poder volver a verle. Cosa que está muy difícil lo se. Pero en mi mente aún puedo ver cuando éramos pequeños y corríamos de un lado para otro, riéndonos. Y no puedo creerme que esos niños ahora sean los famosísimos y adinerados Tokio Hotel.
Y ahora que estoy sola en casa aprovecharé para contar lo que llevo años ocultando.
Nací un 20 de Septiembre de 1989 en Magdeburgo (Alemania). Según me contaron más tarde fue un nacimiento complicado y quizá fuera esa la razón por la que me crié sin mi madre, sin tener a mi madre cerca de mí, porque murió horas después de que yo naciera. Quizá por eso pasé mi infancia con aquel afecto inconfundible que una madre brinda a su hijo sin esperar recibir nada a cambio. Aun así intenté ser lo más feliz posible. Siempre fui una niña extraña pero era feliz…. Hasta que mi padre se volvió a casar apenas yo cumplía los cuatro años de edad. Aquella mujer nunca me quiso, siempre quise creer que era porque le recordaba el pasado matrimonio de mi padre. Aún así me mostraba todo el cariño del mundo cuando mi padre estaba delante. Pero cuando no, de ella solo recibía insultos, golpes y más insultos. Cualquier excusa era buena para ella para atacarme.
Mi infancia hubiera sido como una larga estancia en el infierno si no llega a ser por mis dos mejores amigos y por la única familia que me quedaba por parte de mi madre, su hermana menor, Teressa.
La familia de mi madre era enteramente latina y se habían criado a las orillas del Mar Mediterráneo, lo que las hacía verdaderas españolas. Mi madre y mi tía habían viajado a Alemania en cuanto mi madre cumplió la mayoría de edad, teniendo Teressa apenas 14 años, para trabajar duro y mantener a sus padres y sus hermanos. Ambas lucharon duro para seguir adelante. Allí, en Magdeburgo, mi madre conoció a mi padre y fue un amor a primera vista, tal y como me contaba siempre mi tía cuando era pequeña para impresionarme. Lo cierto es que yo creía en esas cosas. Pero siguiendo con esto, mi padre y mi madre se casaron y me tuvieron a mí. Mi madre tenía 23 años cuando quedó embarazada y murió con solo 24 Tal y como me contaron y he visto por fotos he heredado gran parte de sus rasgos: mi pelo es negro cual carbón, mi nariz aguileña, mis labios carnosos… Y mi piel siempre ha tenido un tono de color más alto que la mayoría… Casi podrían decir que somos hermanas gemelas. Salvo los ojos verdes que heredé de mi padre.
Teressa siempre fue para mí una vía de escape. Recuerdo que siempre me contaba numerosos anécdotas sobre mi madre y ella y yo solía reírme. Siempre podía notar que mi tía echaba de menos a su hermana. Solo tenía 20 años cuando la perdió para siempre. Pero para animarla ya estaba yo, su sobrina querida que era idéntica a su mamá…
Pero como ya he dicho no solo podía saborear la felicidad estando con mi adorada y atolondrada tía, también existían en mi vida dos pequeños seres idénticos que me hacían reír y con los que solía olvidarme de los demás y hasta de mí misma.
Conocí a Bill y a Tom una tarde que estaba con mi hermana, fruto del “amor” de mi padre por mi madrastra, y la mujer de mi padre en el parque que había cerca de casa. Todas las tardes nos llevaba allí. Sabía que sólo lo hacía porque su hija se relacionase con otras personas y no solo conmigo, además de por no dejarme sola en casa.
Mi hermana, Rosalie, estaba jugando con otras niñas a las muñecas y yo, desde un rincón apartado las miraba con desprecio. Nunca me había gustado esa clase de juegos. Sé que resulta extraño que una niña de siete años prefiera jugar con un balón de fútbol antes que con unas muñecas.
La pequeña Rose se acercó a donde yo me encontraba y me miró con aquella tierna mirada de niña inocente tendiéndome una de sus muñecas y me dijo:
- ¿Quieres jugar?
- No, gracias. Sabes que no me gusta jugar a esas tonterías.- respondí de mala manera.
- No son tonterías, todas las niñas juegan a eso pero tú eres rara…
No se ni por qué reaccioné de aquella manera pero cuando me vi cogiendo el brazo de mi hermana con una fuerza bruta que desconocía simplemente por haberme dicho la verdad que todos pensaban supe que aquello era mi fin. Soltándola eché a correr como alma que lleva el diablo. Mi madrastra era tan cruel que llegaría a pegarme delante de todos si me atrapaba pero yo no le iba a dar ese gusto, ella me gritaba e intentaba cogerme pero yo era mil veces más rápida. Me escondí a la sombra de un árbol, agotada por el esfuerzo y llevándome la mano al pecho, casi no podía respirar cuando alguien a mis espaldas puso su mano sobre mi mano y con una tierna voz de niño me preguntó:
-¿Estás bien?
Me giré para mirar a la cara aquel dulce niño que se preocupaba por mí. Realmente aquel era un momento digno de mención en mi vida. Me encontré con un niño rubio con unos arrolladores ojos marrones. La expresión de su rostro era tranquila y me sonreía. Sus dientes estaban un poco torcidos pero la verdad era que le quedaban bien como estaban. Yo aún no podía hablar a causa del cansancio así que asentí con la cabeza respondiendo a su pregunta. Su sonrisa se hizo aún más amplia y señalándome un balón de fútbol que estaba en sus brazos me preguntó si quería jugar con él y con su hermano.
-Las chicas no juegan a futbol, Bill.
Miré en la dirección donde me había llegado la voz y descubrí a un niño idéntico al que se encontraba junto a mí. Aluciné. No era la primera vez que veía a un par de gemelos pero jamás algo tan exacto. Aun así me enfrenté a el otro chico, ¿qué tenía que ver ser una chica para saber jugar a futbol?
- ¿En qué te basas para decir eso? – respondí fríamente.
- ¿Una chica jugando a futbol? ¡Ja!
- Te vas a enterar...
Miré al otro chico, el que habían dicho que se llamaba Bill, y éste me tendió la pelota con una sonrisa. Divertida me puse a corretear con el balón en los pies y sin perder el control. Él otro chico vino hacia mí para quitármelo pero no le dejé. Y claro, él se picó y continuó su ataque. De pronto nos vimos Bill y yo contra su hermano, riéndonos a carcajada limpia. Pero no todo dura eternamente…
-¡Bill! ¡Tom!
Una mujer de largo cabello rizado y cara bondadosa llamó a los gemelos. Era guapísima y se le notaba en el rostro que era una madre adorable. Sentí envidia de aquel par de revoltosos, sin embargo sonreí. Supuse que yo no merecía algo así. Estaba acostumbrada a que me dijeran cosas así, así que terminé por acostumbrarme.
Los hermanos se acercaron a su madre pero la sonrisa había desaparecido de sendos rostros. Y no solo fui yo la que se dio cuenta.
- Vamos, chicos, vayamos a casa. Veo que os habéis echado una amiguita. Que linda… Seguro que volveréis a jugar juntos… Venga despedíos…
Fue Bill quien se acercó a mí y me preguntó si volveríamos a encontrarnos. Me encogí de hombros. Lo cierto era que lo dudaba. Después de lo que le había hecho a mi hermana, no creía que mi madrastra fuera a volver a traerme al parque durante una largar temporada. Pero no se lo dije a ellos. Eran unos desconocidos para mí. Además que yo creí que algo les pasaba a ellos también. A pesar de sus risas, había algo oscuro detrás. Lo presentía. No se si porque yo era un imán para las cosas oscuras pero desde siempre he podido leer el corazón de las personas. Y en aquel par de muchachos se podía leer claramente el dolor.
El otro chico, Tom, se quedó cerca de su madre y me miraba. Sentí el rencor por haberle ganado, pero sabía que aquello solo era una máscara.
- No te preocupes por Tom, es idiota. Le caíste bien. Pero no lo dirá. – Bill sonrió.- Por cierto, aún no nos dijiste tu nombre…
-¡Samantha! – el gritó rasgó el cielo. Y yo sabía que tenía que volver a correr.
- Samantha. Hasta luego, chicos. Me gustó conoceros.
No esperé respuesta alguna. Eché a correr a toda velocidad. No quería que aquella malvada mujer se diera cuenta de que me había echado un par de amigos y lo estropeara de nuevo. Corrí hasta la saciedad hacia mi casa y allí la esperé. Sabía que volvería a pegarme pero no le iba a dar el gusto de hacerlo delante de todo el mundo.
Aquella noche no quise saber nada, me encerré en mi habitación curando mis heridas con lágrimas saladas. Y recordé lo que había pasado esa misma tarde y sonreí. A pesar de todo, había sido divertido.
¡Quien me hubiese dicho a mí en esos momentos que acababa de conocer a los que serían mis mejores amigos que más tarde se convertirían en estrellas internacionales de la música!"
Samantha escuchó una puerta abrirse y dejó de escribir. Guardó la libreta en un lugar seguro donde su tía no pudiera encontrarla. Siempre había sido muy cuidadosa con lo que escribía. No le gustaba que alguien leyera sus relatos sin terminar pero esta vez era diferente pues no se encontraba de un relato cualquiera, ésta era su historia y era demasiado personal. Esto también se atribuía a su querida tía. La adoraba y se lo contaba todo, de hecho ella era la única persona además de sus amigos que conocía su historia con Tom pero no quería recordársela. Ambas vivían mejor ignorando el pasado.
Salió de su habitación y vio a su tía colocando la compra. Fue a ayudarla.
-Gracias, hija. Ya me estoy haciendo vieja para estas cosas…
-No digas bobadas, solo tienes 37 años…
Sam sonrió cuando vio a su tía hacerlo. La mujer siempre bromeaba con eso, pero lo cierto era que ambas, tía y sobrina, parecían hermanas. Teressa no era para nada una cuarentona y aún atraía las miradas de los hombres y no tan hombres… Alta y curvilínea todavía dejaba un rastro de babas tras de sí. Y seguía saliendo con hombres pero no quería comprometerse. Es raro que una mujer tenga miedo al matrimonio, pues bien, Teressa no le tenía miedo, le tenía pánico.
Ambas quedaron en silencio colocando las cosas que había comprado Teressa. Sam disimulaba, o mas bien, intentaba disimular la tristeza que la inundaba pero nadie podía engañar a su tía y ella menos aún. Era la persona que más la conocía, después de todo llevaban algo más de tres años viviendo bajo el mismo techo. Y ella sabía que detrás de esa pequeña sonrisa tímida había un agónico y doloroso sufrimiento.
La aludida de quedó helada de repente, no sabía que hacer, no quería hablar de ese tema, ya hacía años de aquello…. No… aquellos tiempos no volverían… el pasado… el pasado nunca vuelve…. Reaccionó cerrando uno de los armarios. Realmente odiaba el sexto sentido de su querida tía.
-¿En quién, tía? – se hizo la loca. Sabía de quién le estaba hablando, solo quería ganar tiempo.
- Sam, sabes de sobra de quien te hablo. Pero si no quieres hablar del tema, lo dejamos. Pero ya sabes que puedes confiar en mí.
-Lo sé, tiíta, lo sé…- fue lo único que pude decir.
No, no quería hablar de ello, tenía que olvidarse ya de él, hacía demasiado tiempo que aquello acabó pero le costaba tanto… Le había querido tanto, habían estado tan unidos que eso no se olvida fácilmente. Él había dejado una huella imborrable en ella que por muchos años que pasaran y la distancia entre ellos fuera infinita, nunca se borraría de su interior...
"DREAMING WITH A HUMANOID"
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